Gárgolas insomnes

Julio 31 de 2008

Ha de ser la luna, me digo. En estas noches, los perros y gatos huyen o se esconden a mi paso cada vez que salgo a la calle. Los vecinos también hacen lo necesario para no encararme, pero esos siempre han sido cobardes; no creo que la luna tenga algo qué ver con ellos. Lo que no entiendo es por qué influye en mi energía la luna menguante, cuando Venus parece estar más lejos de ella. Suele ser luna llena la que propicia la transformación del hombre en lobo, según la tradición; la que inspira a poetas y asesinos; la que prefieren algunas brujas para hacer sus aquelarres... Yo escucho aullidos en noches de luna menguante.

Al caminar por calles desiertas de madrugada, la soledad me hace sentir momentáneamente libre; ocasiona una sensación de maridaje entre la ciudad y yo, como si la bestia de asfalto fuera toda mía, sin intermediarios, como si no existiera nadie más que ella y yo, salvo acaso uno que otro ser de mi especie, la que guarda instintivamente su distancia con los demás, tal vez un gato huraño o un perro solitario, de esos que desprecian a los perros gregarios, pero se acercan a mí bajo el radiante influjo de la luna llena, se sientan o caminan a mi lado, o quizás un anciano de los que barren la calle diariamente a las afueras de su casa, o un repartidor de periódicos en su motocicleta silenciosa, como Betsabé, cosa que no existe más que en mi imaginación de historietista o novelista gráfico.

En la medida que el monstruo despierta y entra en actividad, y amanece, cuando comienza el tráfago citadino que aturde y balcaniza toda sensibilidad, satura el aire, y los olores y sonidos ceden a las emanaciones tóxicas y al ruido, todo se echa a perder, se descompone, el caos ocupa el lugar de la quietud, invade su espacio, lo usurpa. Horas antes de este cambio brutal, la tranquilidad es el único elemento posible en mi vida; su ruptura es una forma de muerte cotidiana.

Cada día soy menos tolerante a la contaminación, lo mismo que a la gente en general, pero sobre todo a quienes envenenan el aire y me chingan la existencia, la gente mierda que deja su mierda en la calle, la gente basura que deja su basura en los pasillos del edificio donde vivo y también en la calle, en los parques, la gente pestilencia que agrede con humo de cigarro, los que abren el escape de sus carros y camiones y pisan hasta el fondo el acelerador, incluso estacionados, los que activan sus alarmas o tocan el claxon con singular histeria, los que dejan escapar el gas impunemente, los que talan o mutilan árboles al amparo del poder y propician basureros y esperan que uno se asimile como ellos. La gente que atenta contra la vida no merece vivir, y ya me tiene hasta la madre; ganas no me faltan de responder a toda su violencia con una equivalente o similar, pero más contundente, que resuma las cosas y las arregle de una vez, como suelen hacer los cataclismos y las revoluciones.

Ha de ser la luna, pienso. Al escampar en noches de luna menguante, salgo al desencuentro con esta realidad y tengo incidentes extraños, como el de hoy. "¿Lobo, estás allí?", preguntó una voz infantil entre las sombras del parque. Ha de ser la luna, me dije una vez más, pero esta vez no había ni siquiera luna menguante, sino un cielo gris de nubarrones. "¿Lobo, estás allí?", volvió a preguntar la voz entre los árboles, así que me interné en la oscuridad para averiguar quién era... Cuando abrí los ojos de nuevo, había un lobo dentro del espejo, que rompí en seguida y quedó hecho pedazos. La sangre salpicó techo y paredes, y escurrió lentamente hasta encharcar el piso. No debo seguir aquí, pensé; mi lugar está en el bosque.

[] Iván Rincón 11:07 PM

Julio 21 de 2008

Ha de ser la luna, pensé al sentir que la inspiración me asaltaba y el olfato percibía un olor a noche y los sonidos me invadían y los colores y contornos colmaban de formas la mirada; la respiración anhelaba más vida y la vida era plena como el astro que ilumina la mente de los noctámbulos. Ha de ser la luna, me dije. Cuando escampa, las calles reflejan su luz, que a su vez es reflejo del sol y proyecta las sombras de los árboles. ¡Ah! Pobres árboles. Ahora son objetivo militar, objeto de muerte y destrucción, víctimas de planticidio y floricidio, o sea, ecocidio.

Salgo después de media noche a hacer ejercicio y me desencuentro en flagrante barbarie con los de Luz y Fuerza del Centro mutilando a los árboles de Portales o arrasando con ellos de plano, por el bien de los cables de luz eléctrica, los postes y todo eso. En la demolición de un inmenso local para fiestas y demás, barrieron de paso con todos los árboles que había alrededor. ¿O los habrán trasladado a otra banqueta? ¿Se los habrán llevado íntegros a vivir con sus semejantes, tal vez a un camellón o los viveros de Coyoacán? ¿Habrá alguien tan ingenuo como para suponer semejante cosa?

Llego al Museo Nacional de las Intervenciones y me desencuentro con los árboles más grandes y añejos hechos literalmente pedazos, una carnicería de madera, con la única diferencia del olor. Los árboles son tan nobles que ni siquiera convertidos en retazos huelen a la descomposición de la carne y el hueso y la sangre. ¿Cuál es la excusa en este caso de tanta brutalidad? ¿Quién puede detenerla? ¿Cómo protestar, al menos?

Camino de noche por Coyoacán y, en medio del silencio, la soledad y la penumbra que parece darles miedo a los normales (conste que no dije ordinarios), me detengo a observar desde todos los ángulos a un árbol gigante que no creció hacia arriba, sino hacia uno de sus lados, el de la calle, para su mala suerte (la del árbol, no de la calle), porque esta retorcida belleza de lustros o décadas terminará talada por la "autoridad", tan civilizada ella, para el bien del tráfico vehicular.

Entonces recuerdo que Bush el pequeño proponía talar los bosques para evitar los incendios y recuerdo que Clint Eastwood y compañía pretendían arrasar con extensas reservas de la biosfera para convertirlas en campos de golf... ¿Cómo puede haber tanta imbecilidad?, me pregunto. ¿No será posible arrasar con ella nosotros antes de que ella lo haga con los otros? ¿No será posible cortar de tajo con esta espiral de terrorismo por lo sano?

En noches de luna llena, más que hombre lobo, me siento inspirado para matar en defensa de la vida, pero en vez de matar a nadie soy buena gente y hago ejercicio, trato de no pensar y dejar las ideas para después, pendientes de los árboles sobrevivientes del holocausto, pendientes como los de Luz y Fuerza del Centro, ahorcados con sus propios cables en la noche de la revancha.

Buena idea, dice mi otro yo. Ha de ser la luna...

[] Iván Rincón 8:32 PM

Junio 23 de 2008

Naufragio

Soñé que una flor soñaba con ser mujer y la mujer soñaba que yo era un árbol y la flor despertaba al despertar la mujer cuando el árbol se quedaba sin hojas ni ramas ni corteza ni tronco ni raíces ni tierra en donde echar nuevas semillas. Cuando desperté, se me había caído la barba y me habían salido más dientes, y la mancha roja que tengo en la frente se había hecho verde y tenía la forma de un barco fantasma varado en la isla de los murciélagos, donde nunca había vivido nadie, pero el cementerio no dejaba de expandirse y seguían creciendo las flores que nacían de las tumbas, flores negras con hojas blancas y espinas que sangraban igual que mis ojos cuando los abro en medio de algún sueño con seres que sueñan que son seres que no son los que sueñan...

De un abedul mutilado al ras de la banqueta en la calle donde vivo ha brotado una flor arropada por plantas solidarias, como si el pie del árbol sin árbol ahora fuera maceta. Quisiera fotografiar ese maravilloso espectáculo antes de que la barbarie vecinal o delegacional arrase también con el retoño de la madera viva que dejaron por error, pero nunca se me ha dado la fotografía. Quisiera entonces dibujar dicho milagro de la naturaleza, pero los dedos que nacieron en donde tenía los que perdí en el naufragio de un sueño, apenas pueden escribir, escribir que la flor que brotó de los restos de un abedul sueña que es mujer y la mujer sueña que yo soy árbol y huelo a limón, pero de limón no tengo más que el color de la mancha con forma de barco fantasma, quizás por el moho que invade las vigas oxidadas, acaso por el musgo en las tablas del casco desvencijado que alguna vez encalló entre rocas y arrecifes de una isla poblada de murciélagos. En vez de infusión limonera, la erosión de estas ruinas flotantes huele a humedad y tiempo muerto, además de crujir como tambor sin cuero y exclamar lamentos de guitarra sin cuerdas...

Una mujer en flor sueña que soy un árbol y yo sueño con una flor que sueña con ser mujer y se alegra porque, al comenzar las lluvias, la tierra huele a fertilidad. En cambio, dentro de mis ojos que sangran al despertar de noche, las resecas ramas de los árboles arañan el cielo sin nubes ni estrellas, ni mucho menos lluvia de granizo ni mucho menos de estrellas. En la árida soledad de este desierto de cemento, los sueños húmedos naufragan y el insomnio sigue a la deriva.

[] Iván Rincón on:of

Junio 20 de 2008

Ese perro era famoso en el barrio por su bravura, su indómita ferocidad; ladraba con estridencia y mordía con saña y habilidad lograda en la práctica... Así que un día pasé por su territorio, física y mentalmente preparado para responder a su agresión. En cuanto lo tuve enfrente, recurrí a la táctica boxística de medir distancias con fintas. El animal daba un salto hacia atrás cada vez que yo simulaba un zarpazo y entonces trataba de morderme la mano o el antebrazo con un salto hacia adelante. Gracias a la premeditación, yo siempre me adelantaba. En menos de un segundo, al ver su hocico abierto de frente, metí la mano hasta el fondo y lo agarré de la cola. Con la otra mano abrí su mandíbula para que no triturara mi brazo y jalé de su rabo hacia fuera por la boca, de tal modo que el perro quedó invertido. En el instante que su trasero estuvo ante mí, le propiné tremenda patada futbolera que jamás olvidará. Confundido, con la piel peluda por dentro y las húmedas tripas de fuera, echó a correr chillando y dando tumbos contra los coches estacionados, los postes y los árboles, hasta que su locura pasó a dar vueltas detrás de la propia cola pelona, como si de alguna manera entendiera que esa extremidad estaba fuera de lugar.

Pobre animal, tan temido como era, ya no inspira más que lástima. Por lo visto, no muy entiende lo sucedido, pero al parecer reprime sus impulsos de morder a los demás y especialmente a mí, que desde entonces lo saludo al pasar. "Hola, introspectivo", le digo sutilmente. "Ahora ves para tus adentros, como debe ser; ya te hacía falta". Y el perro gime con voz aguda por debajo de la cola y excreta con sonora flatulencia por el hocico.

[] Iván Rincón oh:no